Cuando pensamos en redes sociales hoy, imaginamos un conjunto de personas interconectadas compartiendo contenidos, opiniones, charlas; intercambios de ideas. Pero cada vez más surgen redes sociales de personas que intercambian servicios y esto genera un nuevo tipo de economía basado en el capital social.
Según Wikipedia, “El Capital Social es considerado la variable que mide la colaboración social entre los diferentes grupos de un colectivo humano, y el uso individual de las oportunidades surgidas a partir de ello, a partir de tres fuentes principales: la confianza mutua, las normas efectivas y las redes sociales.”
Si nos remitimos a los inicios de la civilización, la convivencia en comunidades era lo que establecía esta confianza, las normas y era en sí misma la red social de fondo que garantizaba el buen funcionamiento de cierta economía de grupo. Cada persona o familia se dedicaba a satisfacer alguna necesidad del conjunto, colaborando con el grupo al mismo tiempo que recibía un beneficio individual. La poca cantidad de gente garantizaba una oferta y demanda estables, generando una relación de mutua dependencia.
Una relación comercial basada en la colaboración y no en la competencia, ya que no había concentración de capital que inclinara la balanza hacia ciertos grupos. Una relación entre dos personas con un nombre, una cara, una reputación.
Esta situación es la que vienen a recrear estas nuevas redes en el medio del anonimato masivo de la ciudad. Si pido un Uber o reservo habitación en AirBnB, conozco de antemano quién estará prestando el servicio, qué han dicho otras personas de la calidad del mismo, y tengo a su vez posibilidad inmediata de generar una valoración basada en mi experiencia. Básicamente chisme de barrio a gran escala, con la importante diferencia de que no son anónimos, sino que cada uno se hace cargo de sus acciones. Lo mismo que en un pueblo o un barrio, un conductor de Uber o un dueño de casa de AirBnB no podrán dar un mal servicio sistemáticamente y seguir trabajando. Usar estos servicios tiene esa cualidad humanizadora: ambos queremos preservar nuestra reputación, por lo que intentamos generar una buena experiencia. La amabilidad es el valor número uno y la seguridad es una garantía de fondo.
El otro costado social de estas redes es el aprovechamiento del capital individual: tener un auto o una casa es a veces más caro de lo que podemos pagar. Muchas historias de quienes prestan estos servicios comienzan en el desempleo o la jubilación. Esos que no podían producir en las grandes estructuras, encontraron que podían sobrevivir con su capital personal. Un salvavidas para mantenerse a flote en tiempos de crisis, o también una fuente extra de ingresos para complementar otros.
Al margen de las discusiones legales que deben sin dudas darse, no debemos cegarnos por eso y abrir los ojos a estas nuevas formas de trabajo que nos acercan como individuos y a cómo este acercamiento se traduce en oportunidades para el bienestar del grupo.
Clarisa Lucciarini
Directora Ejecutiva en PIMOD
Twitter: @ClarisaLu
¿Qué tienen que ver los chismes de barrio con Uber y AirBnB?
(Por PIMOD) En el tiempo que he utilizado los servicios de Uber y AirBnB lo que más me sorprendió fue la relación que se genera entre las personas que prestan y que usan el servicio. Las grandes ciudades nos van llevando a un tipo de relación impersonal, lejana de las personas con las que terminamos interactuando de forma “automatizada”, deshumanizante si se lleva al extremo. Por suerte las redes sociales de servicios están cambiando eso.
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