“Si una casa tradicional gasta de energía al año $ 60.000 una Casa Uruguaya va a consumir $12.000, un 75% menos. Estamos hablando de casas de 80 m2 que son llave en mano y cuestan en torno a los US$ 90.000 e incluye los materiales, la mano de obra y las cargas sociales”, contó a InfoNegocios Andrés Eliseo Cabrera, director de La Casa Uruguaya.
“Es una edificación de madera nacional donde pueden vivir cinco personas con comodidad y es alimentada en un 100% con paneles solares. La construcción en madera permite un armado impresionante de las estructuras con una calidad de fabricación increíble y con una mano de obra que no puede compararse a la construcción tradicional porque demora mucho menos”, agregó.
Cabrera cree que falta en Uruguay informar a la población acerca de las ventajas sustentables y económicas de este tipo de casas. “Yo pienso en la bioclimática como el uso inteligente de los recursos que ayudan a una construcción de mínimo consumo energético. Una vivienda mal planteada desde el punto de vista bioclimático puede generar una penalización en el consumo de energía mucho más importante que no poner una iluminación eficiente”.
La vida de este arquitecto y urbanista uruguayo tuvo en giro en 2015 cuando su proyecto, una casa construida en madera que se alimentara 100% a energía solar, ganó el Solar Decathlon 2015, un concurso internacional de arquitectura e ingeniería patrocinado por el Departamento de Energía de los Estados Unidos y el Laboratorio Nacional de Energías Renovables.
Ese triunfo uruguayo ante las potencias dejó a Cabrera y su equipo con una reputación ganada, que lo llevó a participar –pero ahora como observador- del Solar Decathlon 2018 que se llevó a cabo hace pocos días en Dubai.
El equipo uruguayo de observadores, comandado por Cabrera, estuvo integrado por alumnos y egresados de la Universidad ORT y también de la Universidad de la República.
La victoria celeste del 2015
Cabrera y su equipo ganaron la edición 2015 que se celebró en Colombia y esa victoria no solo fue un respaldo de credibilidad profesional, sino que se transformó en un pasaporte para recorrer el mundo.
“Fue un desafío enorme porque competíamos contra universidades de España, México, Perú, Inglaterra, Panamá, Alemania y Estados Unidos. La edición que ganamos tenía un limitante de dinero, que a la larga terminó emparejando las opciones y dejando la competencia librada al conocimiento y las capacidades colectivas de cada país. No podíamos gastar más de US$ 50.000 en materiales y más de US$ 200.000 en mano de obra. Era un desafío brutal”, señaló.
Pese a que pasaron tres años de su consagración en Colombia, el proyecto uruguayo sigue más vigente que nunca ya que se instaló en el exterior -en algunos países incluso se comercializa- y se volvió una referencia de arquitectura bioclimática para académicos y estudiantes extranjeros.