Lucía Castillos fundó Salvatora sin proponérselo del todo. Lo que empezó como una salida creativa en plena pandemia terminó convirtiéndose en un innovador formato de cenas compartidas que ya convocó a más de mil personas. El restaurante vegetariano que abrió primero como una cocina de congelados en su casa hoy funciona en un local de Palermo con tres cenas semanales, eventos privados y propuestas itinerantes en bodegas boutique.
La experiencia no es una cena tradicional: las mesas se llenan de desconocidos que se reúnen a comer, tomar vino y compartir historias. “No es una cena de citas. Es un formato de encuentros. Podés venir solo, en pareja o con amigos, y la idea es romper con la rutina, conocer gente y pasarla bien”, comentó Castillos.
A los 23 años ya había cumplido con “el checklist social” -recibirse, tener un buen trabajo, vivir sola-, pero se sentía vacía. Se fue a Australia como backpacker y terminó manejando sola una cocina, sin haber estudiado gastronomía. Cuando volvió a Uruguay en marzo de 2020, la pandemia cambió todos sus planes y, casi por casualidad, empezó a cocinar para su hermana y sus amigas vegetarianas.
Durante un año vendió tartas, croquetas y empanadas congeladas, artesanales y saludables, desde su casa. El emprendimiento explotó: compró un local, montó su cocina y apostó al crecimiento. Pero la producción en serie no la convencía. “Me gustaba la gastronomía, pero no quería hacer 200 hamburguesas por día. Me di cuenta de que lo que me movía era ver a la gente reunida alrededor de una mesa. Ese era mi verdadero propósito”, reflexionó.
Fue así que transformó su modelo de negocio y creó una experiencia gastronómica basada en lo que más disfruta: cocinar en vivo, conversar con los asistentes, generar comunidad. Cada cena incluye dos entradas, un plato principal, postre, fusión con vinos uruguayos seleccionados por el club De Vinitos y una botella de regalo. El precio por persona es de $2.750.
Los encuentros se realizan en su local de Palermo, con capacidad para hasta 13 personas por noche, aunque también organiza eventos privados o se traslada a casas y bodegas. En los últimos meses llevó el formato a espacios como Artesana, Cerro del Toro, Pueblo Edén, Chacra La Anyta, Cofradía de la Sierra, entre otros. La música en vivo, a cargo de su pareja —músico— o incluso de los propios participantes, es parte habitual de la cena.
Con más de mil personas que ya pasaron por sus cenas y una comunidad fiel que la sigue evento tras evento, Lucía planea incorporar una cuarta cena semanal y mudarse el próximo año a un espacio más grande. En ese sentido, afirmó que prefiere crecer “lento pero seguro". “No quiero poner la carreta delante de los bueyes. Aprendí que hay que saber en qué etapa estás”, aseguró.
Por ahora, dejó completamente de lado la línea de congelados, aunque no descarta retomarla. “Tengo demanda reprimida. Me escriben todos los días, sobre todo madres que me compraban siempre”, dijo. Asimismo, mencionó que esta semana se reúne con un grupo de emprendedores para evaluar la posibilidad de lanzar una pequeña línea sin gluten.
A sus 30 años, Lucía resume el recorrido con una frase clara: “Pude vivir desde el principio de una empresa que creé yo. Eso, en Uruguay, es un privilegio. Apostando por un modelo distinto, donde la comida, el vino y el encuentro humano van de la mano”, finalizó.
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