Este fenómeno parte por un lado, del acceso permanente a una cámara, permitido por el auge de los smartphones; y por otro, de la popularidad de las redes sociales, en donde las historias se cuentan con imágenes.
La cámara de fotos forma parte de nuestra vida desde hace mucho tiempo, pero hasta que llegaron las digitales, sólo se registraban esos momentos especiales (cumpleaños, viajes, etc.). Hoy, habiendo eliminado el costo de la impresión del rollo fotográfico, cada vez sacamos más fotos, sólo porque podemos, perdiéndonos a veces la magia del momento por querer guardar un recuerdo “tangible”.
Pero a lo “tangible” se le suma lo “mostrable”: seguramente no sacaríamos tantas fotos si las redes sociales no se hubieran convertido en una vidriera de nuestra vida. Recuerdo cuando en Facebook se veían las “actualizaciones de estado” contando con una frase simplemente lo que estabas haciendo.
Hoy es raro ver una publicación en Facebook que no tenga imagen, e incluso surgen redes como Instagram cuyo foco es audiovisual. Y es aquí, en la conjugación de las cámaras y las redes sociales -ambas a la mano en cualquier momento gracias a nuestro celular- que el registro del momento se vuelve más importante que su vivencia.
Esta paradoja se entiende muy bien si tenemos en cuenta que los seres humanos construimos nuestra identidad a través del discurso. Emitimos una serie de mensajes en donde hablamos de un “yo” (ego), por oposición a un “otro” (alter). El reconocimiento de ese otro es lo que todos buscamos para darle realidad a nuestra identidad.
Esto es natural y sucede desde que existe el lenguaje. No hay nada de malo con querer compartir un momento con mis amigos o familia, para hacerlos parte aunque no estén ahí. Pero las redes sociales han ampliado nuestro círculo social “inmediato” de forma exponencial en los últimos años, y terminamos compartiendo esos momentos con gente que normalmente no sabría casi nada de nuestra vida.
Comparto con “amigos” (los amigos de Facebook van con comillas) cosas de mi vida que no necesariamente les interesan, pero que construyen mi identidad en su imaginario. El problema llega cuando la imagen que creo de mí mismo en redes sociales termina siendo no sólo lo que quiero proyectar hacia afuera, sino una historia que me cuento a mi mismo sobre quién soy.
En lugar de vivir mi vida en primera persona, me preocupo en sacar las fotos que le muestren al mundo lo exitoso que soy o lo bien que la estoy pasando. Y en ese proceso me convenzo a mí mismo que soy exitoso y la estoy pasando bárbaro. Llegamos incluso a construir el momento para la foto, para alimentar nuestro ego a través de un discurso, en lugar experimentar genuinamente lo que tenemos enfrente.
Las redes sociales son geniales, nos permiten comunicarnos de formas que trascienden fronteras y formatos, pero también se han convertido en un lugar de culto de la imagen personal que puede hacernos perder el foco de lo que realmente hace nuestra vida: las experiencias.
Clarisa Lucciarini
Directora Creativa en PIMOD
Twitter: @ClarisaLu
POSTEO, LUEGO EXISTO
(Por PIMOD)“Se perdió el primer paso de su hijo tratando de filmarlo con el celular”, es algo que ya no nos sorprendería escuchar. Para muchos usuarios de redes sociales, registrar el momento para poder compartirlo se ha vuelto más importante que vivirlo… (seguí, hacé clic en el título)
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