Hablar de los otros es natural: nuestra identidad se construye comparándonos con el de al lado, nuestro EGO tiene siempre un ÁLTER EGO que nos define. En el corazón de la vida social viven las historias de miembros de la comunidad que lograron cosas extraordinarias o que metieron la pata hasta el fondo. En un mundo donde primaba la transmisión oral del conocimiento, esta era una forma de aprender qué posibilidades alberga el mundo y qué es considerado bueno o malo.
Hasta ahí es una práctica saludable, normal, de un grupo de personas que se relacionan cotidianamente. Cuando el fenómeno queda en un pequeño círculo de gente, tanto el que cuenta como el que escucha sabe que hay una responsabilidad detrás de lo que se está diciendo. Bien puede pasar que el sujeto de la charla se entere y los confronte, o que le llegue a la persona equivocada y se “destape la olla”. De todos lados se intenta evitar esto, ya que no es agradable para ninguna de las partes.
Pero con la invención de la imprenta no tardaron en aparecer los tabloides o prensa amarillista y la TV se llenó de programas de chimentos. Allí se creó la primera ilusión de distancia: no conozco a la persona de quién se habla entonces no me importan los efectos que esto pueda tener, a mí seguro no me va a afectar contarlo. O incluso peor: se lo buscó por ser famoso, o se lo merece por haberlo hecho. Como si por ser una figura pública, o por cometer un error, una persona no tenga derecho a la privacidad.
Luego vinieron las redes sociales y los “stalkers” que silenciosamente miran qué hay de nuevo con la vida de sus contactos, o los contactos de sus contactos, o los famosos, o lo que haya disponible online. Pero en estas redes los contenidos tienen que publicarse desde un perfil determinado, o sea que hay un responsable detrás de lo que se dice. Habrá muchas peleas entre amigos porque uno publicó algo que al otro no le convenía, pero en este nivel sigue estando esa “comunidad” que limita el alcance de lo publicado.
Con la llegada de WhatsApp se conjugaron muchas cosas que complicaron el tema:
- El anonimato del contenido: al ser un archivo lo que se envía, puedo saber quién me lo mandó a mi, pero no quién se lo mandó antes a esa persona, y mucho menos quién lo creó. Se borra entonces todo el concepto de responsabilidad detrás de quien inicia el fenómeno.
- La deshumanización del protagonista: si ya había una distancia con los famosos, al tratarse de historias de gente común, que no tengo ni idea quién es o qué hace, me importa menos cómo pasó lo que estoy viendo y cuáles son las consecuencias de difundirlo. Se pierde la empatía entre las personas.
- La velocidad y facilidad para reenviar: a lo instantáneo de WhatsApp se le suman los grupos que permiten difundir contenidos de manera exponencial. Compartimos una vez pero a 10 o 20 personas al mismo tiempo, que pueden compartir a su vez a la misma cantidad de gente con un par de clicks. Tanto así que a veces me pueden mandar varias veces el mismo contenido y darme a pensar que si no lo mando yo, lo va a mandar otro. Se difumina la sensación de complicidad con un acto dañino.
Estos factores lo vuelven un medio peligroso para la privacidad de la gente, ya que la gente misma no respeta al otro por no sentir empatía, responsabilidad ni complicidad con lo que está sucediendo. Ya son muchos los preocupados por este fenómeno, en Uruguay un grupo de jóvenes inició un movimiento llamado Pensamiento Colectivo para poner el tema sobre la mesa y pensar cómo resolverlo. Un ejemplo de lo que hacen es un video que generaron para el verano, tratando de evitar la difusión de los típicos videos comprometidos que pueden complicarle la vida a los protagonistas.
¿Y si fueras vos? Es la pregunta que hacen y que todos deberíamos hacernos antes de reenviar lo que nos llega. Otra estrategia que los jóvenes ya están implementando es usar redes como Snapchat o Beme que salvaguardan la privacidad con contenidos que se autodestruyen, avisos si se hacen capturas de pantalla y la obligación para quien ve el contenido de ser filmado en el momento. Pero no sólo las herramientas definen la acción: todo depende en última instancia de nuestra elección de cómo usarlas.
Clarisa Lucciarini
Directora Ejecutiva en PIMOD
Twitter: @ClarisaLu
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