Lo que natura non da (el ortodoncista lo cobra): un negocio que traspasa las generaciones

Lo que antes era tomado como casi una “tortura” hoy podría decirse que está de moda. Celebridades mundiales y algunas locales, exhiben orgullosas sus brackets, esos necesarios aunque molestos compañeros que nos ayudan a mejorar la sonrisa. Tampoco es un fenómeno exclusivo de la adolescencia. En Estados Unidos, uno de cada cinco pacientes con brackets es mayor de 18, y el número de quienes los usan aumentó 60% en una década. En Uruguay no hay datos que indiquen cuánta gente los usa pero podemos verlos en hijos pero también en padres. Si bien los precios son muy variados, los de metal, que son los más comunes, cuestan unos $8.000, los de porcelana o cerámica alrededor de $12.000 y los de cristal de zafiro que “se notan y se manchan menos” rondan los $16.000.

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A esto hay que sumarle la consulta con el ortodoncista que se acerca a los $2.000 y la carpeta con las placas que puede superar los $3.000. Estos “aparatos” serán tus compañeros por un periodo de entre 2 y 3 años. Una vez que se hacen las placas, se colocan, y el paciente debe realizar una visita al profesional por lo menos una vez al mes. Luego que se quitan los aparatos sigue un proceso que se llama de contención, que según las necesidades de cada persona y su uso va de uno a tres años.
A medida que pasan los años y aumenta la demanda, hay avances técnicos que es lo que seduce a los adultos a animarse. Entre estas técnicas encontramos Invisalign, una manera de enderezar los dientes sin aparatos, usando alineadores que son removibles y virtualmente invisibles. Otra opción son los brackets de cerámica, ideales para los pacientes a quienes les importa la estética, ya que se mimetizan con el color natural de los dientes. Los brackets linguales, son la única forma no visible disponible para la terapia de ortodoncia fija y son utilizados cuando los problemas van más allá de la mala alineación de los dientes.

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