¿Qué implica la estructuración y preservación de patrimonio y cuáles son los beneficios claves tanto para individuos como para empresas?
Básicamente, la planificación patrimonial consiste en determinar con qué vehículo jurídico yo voy a adquirir cada uno de los bienes que integran mi patrimonio, mantenerlo y pasarlo a próximas generaciones. Y a la hora de decidir esto tengo que mirar dos cosas: a qué riesgos está sujeto mi patrimonio y qué objetivos quiero alcanzar. Ahí es donde empiezan a jugar las distintas herramientas que hay.
Si vivo en un país con alta inseguridad jurídica mi objetivo va a ser lograr mayor seguridad y voy a armar una estructura que me permita alcanzarla; si tengo una familia con muchos problemas y tengo miedo que se generen peleas en una sucesión tengo que armar un vehículo que evite esas peleas o, más bien, que me diga cómo van a ser los resultados de esas disputas.
Muchas veces la gente le da más importancia a cómo invierte el capital que a estructurar bien el patrimonio, y eso me puede hacer perder un montón de dinero.
¿Cómo ves a Uruguay en términos de educación financiera?
En toda Latinoamérica hay un déficit de educación financiera, la gente no estudia nada a menos que le interese el tema. Entonces hay un montón de profesionales que no saben conservar riqueza.
Desde el punto de vista del país es malo, porque si hay gente que a nivel individual produce y cuida la riqueza, para empezar, van a pagar más impuestos, y encima el mercado va a ser más rico y va a haber más consumo. Saber cuidar el patrimonio es bueno para toda la población y para el país. De hecho, hay un libro que recomiendo llamado “El hombre más rico de Babilonia” que, con una historia, habla de la importancia de capacitarse en este campo.
Es un error pensar que la gente hace la plata en el mercado financiero, porque uno invierte para conservar lo que tiene y que no pierda valor. La plata la hago en mi negocio de todos los días y después voy al mercado para no perder, no para ganar. La gente piensa que se puede hacer millonaria invirtiendo y, aunque hay excepciones, no es la norma. Entonces creo que hay que enseñarle a la gente que el mercado está para proteger lo que uno ganó, que entiendan conceptos básicos como riesgo, rentabilidad u horizonte de inversión. Creo que debería haber cursos aún a nivel de primaria.
¿Cuáles son algunas estratégias fundamentales que se pueden implementar hoy para preservar el patrimonio a largo plazo?
En la primera consulta con los clientes les prohibo hablar de cantidades. No me interesa saber qué es lo que tienen, por dos razones: no es fundamental y no quiero quedarme con esa información si después el cliente no quiere trabajar con nosotros. En esa primera reunión nos centramos en objetivos de planificación. ¿Es un tema de seguridad jurídica? ¿Es un tema sucesorio? ¿Es un tema de protección para terceros? ¿Privacidad?
Al definir los objetivos podemos trazar una hoja de ruta, porque no todo hay que hacerlo en el mismo momento y, muchas veces, por querer solucionar todo junto no empezamos a solucionar nada.
Por poner un ejemplo, hay empresas familiares que corren riesgo de desaparecer porque en la tercera generación hay muchos dueños y quizá nunca se hizo un protocolo de familia, un acuerdo de accionistas, cada uno vota por su lado y se generan problemas que se podrían haber evitado una o dos generaciones más arriba cuando el grupo accionista era menor y había más cohesión. Entre ellos podían pensar en dos o tres generaciones hacia adelante y preguntarse qué querían evitar a futuro, si era pertinente contratar algún seguro de vida, de incapacidad, preguntarse qué pasaría cuando viniera un tercero a comprar acciones o cosas por el estilo; cosas que son mucho más fáciles de decidir entre dos que entre veinticinco.
¿Cómo te aseguras de que las distintas estratégias sean sostenibles en el tiempo?
Es una pregunta clave por dos razones: primero, las normas cambian. Hace veinte años uno iba a Panamá, compraba una sociedad con acciones al portador, abría una cuenta cifrada en Suiza y tenía 100% de privacidad. Hoy eso es imposible, casi de ciencia ficción.
Por otro lado, las necesidades de la gente cambian. No es lo mismo un matrimonio que tiene su primer hijo y está ahorrando algo de dinero, que esa misma familia veinte años mas tarde, con sus hijos universitarios, un patrimonio más grande y quizás alguno viviendo en otro país. Una vez que uno decide entrar al campo de la preservación patrimonial se requieren reuniones periódicas, de por lo menos una vez por año, para reajustar y ver qué cosas han cambiado.
Lo contrario sería como comprar un auto y no hacerle service nunca: anda hasta un punto y después se va a romper.
¿Cuáles son las tendencias hoy cuales anticipás que puedan llegar en los próximos años?
Por suerte hay una tendencia inicial hacia preocuparse por estos temas, algo que antes era sólo de los millonarios. Hoy hay un montón de gente que uno calificaría como de clase media-alta que ya se preocupa por esto aunque tenga cuentas “chicas”. La verdad es que siempre que hay un activo vale la pena protegerlo. Esto es como la salud: no me puedo empezar a ocupar cuando tengo 80 años, hay que empezar antes. De la misma manera, si a medida que consigo activos los voy estructurando bien, voy a estar mucho mejor que si a los 70 años quiero estructurar todo junto.
Hay cuatro macrotendencias de la industria, dos bastante viejas y dos un poco más nuevas, que no son positivas en general. Las dos más viejas son los constantes ataques a la privacidad de las personas y la voracidad de los países de alta tributación, que comenzaron a finales de los años 90 y vienen creciendo desde ese momento.
Después hay dos tendencias nuevas que son peligrosas, que aparecieron con la pandemia pero que estamos más a tiempo de combatirlas. Una es el debilitamiento al derecho de propiedad de las personas, y otro son los ataques contra la riqueza, con una nueva oleada de países que le pusieron impuestos nuevamente. Aún así, empiezo a ver un incipiente movimiento de “resistencia” frente a esto que ojalá que arroje sus frutos en el futuro.
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