La energía es palpable. Un público mayoritariamente adolescente abarrota las butacas de la Sala Zitarrosa o de otros escenarios montevideanos que acogen eventos de cultura coreana. Sobre el escenario, no están los ídolos de Seúl (aunque algunas bandas de K-pop suelen venir a shows específicos, como el de NTX en el Radisson, días atrás), sino un reflejo vibrante de su influencia: jóvenes uruguayos organizados en grupos que ejecutan complejas coreografías con una precisión asombrosa. Son los llamados “dance covers”, el corazón de festivales como el K-Pop World Festival, que este mes celebra su edición número catorce en el país.
Este evento, que congrega a más de sesenta participantes, es la culminación de un movimiento que ha crecido orgánicamente. Sus organizadoras son algunas exintegrantes del grupo Korea Fans, quienes durante una década promovieron esta cultura en colaboración con la Embajada de Corea y con el tiempo se reconvirtieron en gestoras y productoras.
Lo que sucede en Montevideo es un microcosmos que evidencia un impacto global mucho mayor, uno que ha encontrado en las plataformas de streaming, y en particular en Netflix, su principal catalizador.
Más allá del maratón: 1.650 millones de horas y el efecto dominó del K-Content
El interés masivo por las producciones surcoreanas es un fenómeno que Netflix ha estudiado de cerca. El consumo de K-Content no termina cuando aparecen los créditos finales de una serie, sino que actúa como un puente hacia otros aspectos de la cultura coreana. El mejor ejemplo fue El Juego del Calamar, que se convirtió en un fenómeno sin precedentes al acumular 1.650 millones de horas de visualización en su primer mes, pulverizando el récord anterior de Bridgerton* (625 millones de horas). Este éxito sigue la estela de hitos digitales como la canción Gangnam Style de Psy, que fue el primer video en la historia en alcanzar las mil millones de vistas en YouTube.
Un reciente informe de Netflix revela que los espectadores de sus series coreanas son significativamente más propensos a explorar la gastronomía, la moda y el idioma de Corea. No se trata de un interés pasajero, pues una gran mayoría de los espectadores en mercados clave han consumido K-Content por más de dos años. Esto tiene consecuencias tangibles: los espectadores manifiestan un fuerte deseo de visitar Corea del Sur, y muchos atribuyen a estas series un cambio positivo en su visión del país, construyendo una imagen moderna y creativa.
El eco de Hallyu en los barrios de MOntevideo
La manifestación de este fenómeno en Uruguay es una prueba palpable de su alcance. El K-Pop World Festival es un acto de comunidad y celebración. La colaboración histórica de sus organizadoras con la Embajada de Corea subraya el apoyo institucional que ha impulsado la Ola Coreana desde sus inicios. Cada coreografía ejecutada en el escenario de la Zitarrosa es el eco local de una industria cuyas giras mundiales generan cifras astronómicas.
Como referencia, solo en la primera mitad de este año, los principales grupos de K-pop recaudaron en conjunto más de 228 millones de dólares en sus giras, un aumento del 79% respecto al año anterior, de acuerdo a medios estadounidenses. La sala llena en Montevideo no solo representa el éxito de un evento, sino la conexión de una generación con una cultura que conocieron, en gran medida, gracias a la pantalla.
La construcción de un fenómeno: de la crisis a la conquista cultural
Sería un error pensar que esta hegemonía es producto del azar. Como detalla el diario británico The Guardian, la ola coreana fue una respuesta estratégica a la crisis financiera de 1997. El gobierno impulsó una reinvención de la marca país bajo la consigna "cultura primero, economía después", invirtiendo en industrias creativas para exportar una idea de "Corea es cool".
El éxito de esta estrategia es medible: el Good Country Index (El Good Country Index (o Índice del Buen País, ránking que evalúa 35 indicadores oficiales y mide cuánto contribuye un país al bienestar del resto) llegó a ubicar a Corea del Sur en el sexto lugar en influencia cultural. El K-pop, con su sistema de entrenamiento industrial, fue la punta de lanza.
Sin embargo, el cine y la TV demostraron la profundidad de sus historias. El Oscar de Parasite fue la antesala y El Juego del Calamar consolidó a Corea del Sur como un epicentro de la creatividad global, demostrando el retorno de aquella inversión inicial. Agencias como HYBE (una de las mayores productoras de ese país), por ejemplo, han visto sus ingresos por conciertos dispararse un 252 por ciento en un año, cerrando el círculo entre la estrategia cultural y el éxito económico.
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