David González, El peor insulto
Asistí
desde muy temprana edad
y desde un lugar de privilegio
a la puesta en práctica
del siempre popular
arte del insulto o espelleye.
Algunas de las mujeres de mi calle,
tenían la saludable costumbre
de arreglar sus diferencias
asomándose a las ventanas,
balcones y corredores de sus casas
y luego, a cara perru, con descaro,
ponerse a ventilar, por ejemplo,
las sábanas conyugales de sus vecinas
o a sacudirles encima
las piedras
por las que, se decía,
se las habían pasado
o todavía se las pasaban,
y no sus maridos precisamente (…).
El blog de Emma Gunst.
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