Según la arquitecta Alejandra Bruzzone, toda la historia de la vitivinicultura en Uruguay puede leerse a través de la arquitectura de sus bodegas, porque en cada parcela, cada cava, cada almacén, bóveda y andana, los productores han ido adaptando los espacios para que, cada vendimia, suceda la magia del vino.
“Acá, en Bodega Spinoglio, desde 1898 el paso del tiempo y de las personas ha ido transformando la forma de hacer vino”, dijo Bruzzone, quien forma parte de la bodega y es esposa de Diego Spinoglio, director y cuarta generación de una familia que llegó a Uruguay del Piamonte, a fines del siglo XIX, con la idea de seguir una tradición: cultivar viña y hacer vino.
El punto es que, según Bruzzone, desde 2010 –y en sociedad con Gustavo Motta– la firma no ha parado de crecer, reconvirtiendo todo su modelo de negocio e invirtiendo en todo este proceso más de 2 millones de dólares. Unos de los principales cambios fue dejar la elaboración de vino de mesa para hacer vinos finos, vinos de alta gama, un cambio que en términos de producción significa pasar de tener en la bodega 30.000 kilos de uva por hectárea a 5.000.
“Acompañar todas estas decisiones de producción también implica generar infraestructuras adecuadas”, dijo Bruzzone a InfoNegocios, agregando que pasar de una alta producción en volumen a una alta producción en calidad permitió, por un lado, la internacionalización de la marca, y por otro “la apertura del restaurante MonfrÀ”.
Ahora, para continuar el proceso de reconversión de la bodega y con el propósito de seguir brindando un servicio más completo en enoturismo, Spinoglio decidió junto a Bruzzone reciclar cuatro piletas para almacenar vino y convertirlas en habitaciones de lujo.
“Cada pileta podía guardar 150.000 litros de vino, algo que en la época en la que se hacía vino de mesa era muy importante, pero que ahora es obsoleto, porque para la producción de vino de alta calidad bastan cubas de 5.000 litros, barricas o tanques más pequeños”, sostuvo la arquitecta, agregando que “aprovechar las arquitecturas existentes sin uso significa también desarrollar un proyecto sostenible, porque la sostenibilidad no es solo poner paneles solares, sino generar el menor impacto en todo el predio”.
Con una inversión total en el entorno de los 300.000 dólares, Bruzzone convirtió cada pileta para guardar vino en un espacio de confort de estilo europeo, porque cada habitación de Hotel de Viña –de 26 m2– tienen vista al viñedo, pudiéndose disfrutar un paisaje que si bien es el de Cuchilla Pereyra bien puede parecerse el de la Toscana.
Entre los detalles arquitectónicos que tienen, por ejemplo, los tragaluces son las viejas tapas de acceso a la pileta, permitiendo que desde la cama se pueda ver el cielo.
Todo este proyecto justamente es lo que acaba de ser reconocido por la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, que cada dos años lleva adelante un concurso sobre Obra realizada. En esta ocasión, Hotel de Viña se destacó con el primer premio, en una de las cinco categorías, entre más de 160 proyectos presentados.