Hace pocos días el escultor Joaquín Arbiza subió a su cuenta de Instagram un video que se hizo viral. Con la leyenda “Inaugurado las esculturas que hice para @cavaniofficial21. Un placer hacer estos ciervos para él”, se observa al Matador llegando en helicóptero a un campo donde lo esperaban tres esculturas hiperrealistas de ciervos de distintos tamaños, y el orgulloso autor esperando para entregarlos a su dueño.
Lo cierto es que estas obras son las últimas de una larga lista de esculturas que el joven artista uruguayo de 30 años viene haciendo desde la adolescencia para personalidades y marcas como Roque de la Fuente, Valentino Rossi, Alejandro Curcio y Lamborghini, así como para otros políticos y empresarios de todo el mundo. ¿Cómo comenzó esta historia?
“Fue algo completamente inesperado”, cuenta Arbiza a InfoNegocios. “Desde chico, con 10 años, iba al taller de joyería de mi abuelo y ahí le agarré la mano y el amor a los metales. Cuando tenía 15 o 16 años mis padres me regalaron una soldadora para mi cumpleaños y estuve tres meses construyéndome un Go Kart (arenero). Lo hice, salí a dar una vuelta y funcionó 50 metros… No doblaba, fue un desastre. Esa frustración me llevó a estar encerrado una semana en mi cuarto, no quería saber nada con la vida. Cuando salí agarré algunas de las piezas que me sobraron de la chatarra y ahí hice mi primera escultura”.
Su inquietud natural lo llevó a probar y a hacer cada vez más esculturas pequeñas. “Las primeras diez las regalé y después las empecé a vender a 200 pesos”, narra. Su pasatiempo fue creciendo hasta que llegó el punto de quiebre: un amigo le presentó a Roque de la Fuente, el multimillonario empresario y político californiano dueño de El Torreón de Punta del Este para ver si le podía vender algunas esculturas chicas. “Yo tenía 18 años. Me dijo: ‘¿Te animas a hacer una escultura grande de un caballo para la entrada?’. Le dije que sí, cuando lo más grande que había hecho hasta ese momento medía 30 cm. Después mi madre me dice: ‘¿Cómo le vas a decir que sí?’. Y mi respuesta fue ‘¿cómo le voy a decir que no?’. Le dije que sí y después resolví”.
La exposición que la obra del caballo le dió generó una bola de nieve que no para de crecer hasta hoy. “A partir de ahí, en Punta del Este, lo veía alguien y me pedían otra cosa y así fue creciendo. Por suerte nunca he podido tener stock de nada. Todo lo que hago es a pedido y ni siquiera tengo una escultura mía porque no tengo tiempo”,detalla.
Hoy en día Joaquín realiza unas cuatro esculturas grandes y cuatro o cinco medianas por año que, en su mayoría, tienen destino fuera de fronteras. “Me encanta Uruguay pero no es un buen país para dedicarse al arte. Sin embargo, tengo la suerte de vivir acá con mi familia y amigos y vendo casi todo al exterior, es la fórmula ideal”, apunta el artista. Así, sus piezas están en lugares como Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, Japón, Alemania, Inglaterra y Francia. Cuenta que al principio él mismo se encargaba de todo, desde la creación de las obras hasta el despacho en aduana y los envíos. Ahora, gracias al crecimiento que viene experimentando, se puede permitir trabajar con un despachante de aduanas y enviar todo en cajas como cualquier producto de exportación.
Con respecto a los ciervos que hizo para Edinson Cavani, comenta: “Yo lo había contactado hace un tiempo y él me dijo que quería hacer unas esculturas para el campo, unos ciervos. Fuimos hablando, definiendo qué animales le gustaría y ahí se animó. Siempre me deja muy contento cuando hago obras para Uruguay, porque el 80% de lo que hago es para el exterior. Cuando hago algo para acá le pongo especial amor y empeño para que salga porque me gustaría que haya obras mías en Uruguay”.
Algo llamativo en su obra es el nivel de realismo que consigue a partir de piezas de chatarra. Sobre esto dice: “Hago arte apto para todo público. No es arte abstracto que está abierto a interpretación y una persona lo ve y ve una mujer sentada y para otra persona es un perro. Yo quiero hacer cosas que entienda un niño de cinco años y un adulto de 80. Mis piezas le gustan a un mecánico y a clientes que son dueños de empresas multinacionales; quiero hacer cosas que la gente entienda”.
Con respecto al proceso para conseguir insumos, a lo largo de los años Joaquín ha formado una “red de dealers de chatarra”. “Tengo uno que me guarda los engranajes, otro me guarda tornillos, voy juntando y compro muchas piezas en remates porque siempre pongo piezas especiales a las obras. Para las de Cavani les puse matrículas de Salto y los ciervos tienen números que son todos con los que él jugó. También tiene monedas de todos los países donde jugó. Esos detalles los hacen personalizados, siempre lo hablo un poco para que me tiren alguna pista, pero las obras siempre tienen varias sorpresas”.
Aunque prefiere no compartir el precio de cada obra, sí menciona que son costosas y que se venden por varios miles de dólares. Además, para respetar la inversión de cada cliente, no trabaja con moldes para que cada escultura sea única. “Aunque me paguen un millón de dólares no podría hacer una obra igual a la otra”.
Mirando hacia adelante, Joaquín dice que, con un poco más de tiempo, le gustaría hacer una exposición para que el gran público pueda ver lo que hace: “Algo que me divierte es llevar yo mismo las esculturas. Hace poco llevé una escultura de un león a Montevideo para Alejandro Curcio y la gente me paraba en el viaje para sacarle fotos. Un camión casi me choca por sacarle fotos. Ahí la gente me pregunta a dónde va y se lamentan de que no las van a poder ver porque son para clientes privados”.
Mientras tanto, lo que hace lo publica en su cuenta de Instagram y se divierte con la meta de seguir plantando bandera en distintos países y continentes. “Con cada proyecto voy aprendiendo. Si logro mantenerme ocupado y llegando a nuevos lugares me haría más que felíz”.
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