Todo empezó en 1990 con una droguería y productos de limpieza —una línea que hoy sigue activa con más de 300 fórmulas propias—, pero fue recién en 2015, y gracias al cambio de hábitos de su hijo, que Marcelo Franco, fundador de AFranco, se embarcó en la cosmética vegana. Hoy esta categoría representa el 70% de las ventas de la empresa y, con una comunidad que no para de crecer, el próximo objetivo es llevar la marca a Paraguay y Sudáfrica.
Aunque hoy el 70% de sus ingresos proviene de la cosmética vegana, cuando AFranco decidió meterse de lleno en este rubro en 2015, no era una categoría instalada en Uruguay. “No había nada. Ni insumos, ni maquinaria, ni permisos claros”, sostuvo Franco. Pero igual apostaron, sin manual y con mucho ensayo y error.
Fueron pioneros en el desarrollo local de productos veganos minimalistas, que priorizan fórmulas cortas y efectivas, hechas con materias primas nobles. Para sostener ese estándar, invierten constantemente en tecnología que les permita controlar todo el proceso productivo.
Pero el camino hacia una cosmética más consciente no estuvo libre de obstáculos. En los primeros años de esta transición, AFranco enfrentó muchas trabas estatales que, si bien respondían a procesos de formalización, implicaron inversiones elevadas en infraestructura, habilitaciones, adecuación técnica y contratación de personal especializado. Todo esto resultó especialmente desafiante para una empresa que ya operaba en regla, pero que buscaba innovar con nuevos productos y formatos poco habituales en ese momento. A pesar de las dificultades, y de haber atravesado incluso una clausura temporal de su planta, lograron adaptarse, invertir lo necesario y seguir adelante con una propuesta que con el tiempo se volvió diferencial.
La empresa, que comenzó vendiendo productos de limpieza a mayoristas, ahora encuentra su fortaleza en un público joven, informado y exigente, que demanda transparencia, eficacia y responsabilidad ambiental. Esa evolución se refleja también en el equipo: sus hijos forman parte del negocio, uno desde el marketing y la estrategia comercial, y otro desde la fotografía y el diseño de producto.
En los últimos dos años, AFranco experimentó un crecimiento acelerado. Llegaron a un punto en que “la gente iba a buscar productos antes de que llegaran a la sucursal”, impulsados por publicaciones espontáneas en redes.
El próximo gran paso es escalar regionalmente. En Paraguay las negociaciones están avanzadas y el mercado muestra un fuerte interés. En Sudáfrica, las muestras enviadas también generaron una buena recepción. Sin embargo, los requisitos regulatorios para exportar desde Uruguay representan un desafío importante. “En Uruguay te exigen hasta 15.000 dólares por habilitación de producto para exportación. Si querés exportar 50 unidades, no sirve”, explicó Marcelo. Ante este panorama, desde AFranco analizan la posibilidad de producir directamente en el exterior, adaptando las fórmulas a las necesidades de cada mercado (como pieles más grasas o climas más húmedos, en el caso de Paraguay) y agilizando así el proceso de internacionalización.
Con más de tres décadas de experiencia, Marcelo se define como un “químico de campo”. “La teoría sin prueba de campo no sirve”, sostuvo. Su visión apunta a que la cosmética sea accesible, efectiva y honesta. Por eso sus productos, que compiten en calidad con marcas internacionales, se venden a precios muy por debajo. “Cuando alguien prueba un sérum de $800 que le da mejor resultado que uno de $5.500, vuelve”, finalizó.
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