Hacia mediados de 2020, más precisamente en el mes de julio, Viñedos de los Vientos -una bodega fundada en 1997- pasó a llamarse Bodega Pablo Fallabrino. Su propietario, uno de los personajes clave de la era moderna del vino uruguayo, conectaba aún más con sus raíces italianas, con el Piamonte, y todo se dio naturalmente, como sus vinos.
“En realidad algo hizo crac, algo me llevó a conectar de manera mucho más profunda con mi familia, con mi abuelo Ángelo, con mi padre Alejandro, con el apellido Fallabrino y su peso en la historia del vino uruguayo”, dijo Pablo Fallabrino a InfoNegocios.
Para quienes conocen el mundo del vino, Fallabrino es un personaje singular, que ha marcado desde sus inicios un camino muy personal al momento de elaborar sus vinos, cultivando variedades típicas de Italia, de la tierra de sus ancestros -como Nebbiolo, Barbera, Dolcetto y Arneis, entre otras-, y siendo uno de los pioneros en el país en desarrollar vinos naturales o de mínima intervención.
Ahora bien, para quienes no ha oído su nombre ni probado sus vinos, una de las mejores descripciones para conocerlo es la que hizo Patricio Tapia en una ocasión, señalando que Fallabrino es uno de los enólogos más libres de Uruguay, un revolucionario, un innovador, un productor de vinos “que hace lo que su intuición le dice y se mantiene al margen de modas, diseñando lo que él prefiere antes que lo que le mercado le pide”.
“Para mí el vino no es un negocio, no es un trabajo. Para mí el vino es parte de mi vida, y lo disfruto, es un placer”, sostuvo Fallabrino, agregando que por eso asume ciertos riesgos que quizá otros no toman. “Hacer la misma variedad de vino toda mi vida, me aburriría -dijo el enólogo-, por eso busco hacer cosas más originales, combinar sabores para crear sabores nuevos”.
Según el propietario de Bodega Pablo Fallabrino, apostar ahora al mercado local -a través de un acuerdo con Iberpark que distribuye sus botellas- con etiquetas como Soul Surfer Rose, un blend a $ 565, o Alma Surfer Pét Nat 2.0, elaborado a base de Gewürztraminer y Chardonnay y con un valor de $ 715, “es el resultado de hacer, durante muchos años, cosas que fueron técnicamente arriesgadas, pero que decantan con el paso del tiempo como cosas positivas”.
Ahora bien, más allá de esto último, lo principal para apostar ahora sí el mercado uruguayo es que el consumidor, según Fallabrino, “ahora sí está preparado para mis vinos, ha ido educando su paladar, se atreve a probar cosas nuevas… hace 10 años o más eso era impensable”.
Con una producción limitada por etiqueta, que anualmente puede significar un volumen de 60.000 a 70.000 botellas, Fallabrino señala que colocar sus vinos en Uruguay lo toma “como si fuera otro punto de exportación desde donde estoy todos los días, que es Atlántida, que es mi mundo”.