La clase media indignada duplicó su protesta (pero parece haber mostrado todo lo que tiene)
Paradoja I: La principal fortaleza de la impresionante movilización del 8N es -también- su principal debilidad. La falta de un liderazgo político que la oriente y perfile permitió al mismo tiempo una amplia concurrencia de visiones críticas al modelo político-económico y también empieza a marcar los límites del movimiento.
Paradoja II: Para el gobierno nacional quizás su mejor negocio político sería no contestar al 8N, aprendiendo del 13S. Si el kirchnerismo ignora el cacerolazo pondría a los indignados en una encrucijada: ¿Cuántas marchas más podrán hacer sin desgastarse? Quizás la movilización de ayer mostró el punto más alto posible... ¿Cuánta más gente puede salir a las calles?
El próximo paso de los indignados es una incógnita. Si no los vuelven a provocar con alguna torpeza política (algo que no deberíamos descartar), ¿hacia donde se encarrilará el descontento de estos sectores?
Pero seguramente habrá nuevos “cruces”. Dicen que Cristina encontró en el teórico político postmarxista Ernesto Laclau un marco teórico a su natural instinto de confrontación. Para este pensador, el antagonismo social es -no sólo inevitable- sino deseable como forma de construir identidad: ellos y nosotros, no hay espacio para otros lugares.
Laclau (¿y CFK?) cree en una democracia radical (por extrema, no por la UCR, claro) y el pluralismo agonal, una suerte de conflicto permanente y explícito, un sistema donde todos los antagonismos puedan ser expresados y son el motor del movimiento político.
Al no querer ese modelo, los indignados -precisamente- refuerzan el antagonismo. Ellos y nosotros. No va quedando lugar para otra gente en Argentina.