Lo urgente no deja tiempo para lo importante

Con la velocidad de los cambios en los medios de comunicación muchas veces es difícil tomar perspectiva y analizar cómo impactan en nuestras vidas. Para tomar un ejemplo que seguro muchos lectores vivimos, cuando el teléfono era fijo (con cable y sin contestador) nada parecía ser tan urgente. Ahora que tenemos smartphones, todo mensaje tiene una inmediatez que no parte de su contenido, sino del medio que lo permite y lo fomenta.

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Un gran teórico de la comunicación formuló la teoría de la tecnología y los medios como extensiones del ser humano. ¿Qué quiere decir esto? Que un martillo es una extensión más potente de nuestro brazo, un teléfono lleva nuestra voz más allá de las fronteras nacionales y una computadora o smartphone amplifica nuestra mente.

Gracias a la pequeña computadora de bolsillo que todos llevamos constantemente con nosotros, una simple suma obliga abrir la app de calculadora, una reunión no sucede si no está en nuestra agenda virtual y con Google ya le dijimos adiós a la espina mental de “¿cómo se llamaba ese actor que trabajaba en Godzilla y estaba casado con Sarah Jessica Parker?”.

No es que no podamos hacer la suma mentalmente, no tengamos memoria a corto plazo para recordar una reunión, ni se nos haga imposible vivir con la incertidumbre de saber que era Matthew Broderick (en caso que no lo hayan googleado ya). Sin embargo es más fácil y más rápido sacar el celular, satisfacer nuestra necesidad o deseo inmediatos y seguir con los próximos.

Pero estas “prótesis”, como le llama McLuchan, que nos permiten ampliar el campo de acción de nuestros cuerpos y mentes, implican una “amputación” de esas capacidades que vienen a reemplazar. Así, perdemos la práctica de las matemáticas, nuestra memoria ya no es la misma, y se ve mermada nuestra capacidad de vivir con la duda y la ansiedad que genera.

Y esto no nos afecta sólo en forma individual: entra también la situación “me tengo que acordar de decirle a mi amiga de la obra que estaría bueno vayamos a ver”, que mutó en mandar un Whatsapp apenas surge la idea. Pasamos de “qué bueno este video, se lo tengo que mostrar a la banda” a mensaje grupal instantáneo. Así es como los nuevos medios de comunicación empiezan a cambiar nuestra cultura, la forma en que vivimos.

¿Era tan urgente compartir esas cosas? ¿O simplemente nos estábamos sacando de encima esa incomodidad mental de tener algo pendiente? ¿Si esperábamos unas horas o unos días, hubiéramos hecho lo mismo? ¿Cuántas parejas terminaron porque era demasiado fácil mandar el mensaje que, como las cartas de amor, deberíamos haber aguantado hasta el día siguiente a ver si sentíamos lo mismo?

Hace ya miles de años que se está tratando este tema, desde la filosofía del yoga y la meditación, y está cada vez más vigente. La premisa central es que nuestro cerebro es un órgano como cualquier otro, con una función específica: pensar. Esta función es saludable cuando se realiza a necesidad (cuando hay un problema a resolver), pero genera problemas si se hace de forma compulsiva (excesivo repaso de cosas pasadas, demasiada planificación o anticipación de cosas futuras, entre otros).

Hace miles de años que esta cultura promueve la práctica de controlar la mente para que no tenga esa actividad compulsiva, contribuyendo a la sensación de bienestar y todo lo que implica. Pero no sólo el iluminismo puso el pensamiento en el centro de la existencia (“Pienso, luego existo”), además inventamos estos aparatitos que amplían nuestra mente y nos permiten transmitir estos pensamientos a cualquier persona en cualquier momento. Es más, nos dejan a nosotros mismo expuestos a recibir los pensamientos de todos, siempre.

Cabe preguntarnos entonces si lo que hoy consideramos “urgente” lo hubiera sido en la época del teléfono fijo, o si se convirtió en urgente por la posibilidad de recibir y enviar mensajes de forma instantánea. Está bueno revisar si podemos pasar unos días, o al menos unas horas, sin comunicarnos con nadie a través del smartphone, en un “silencio tecnológico”.

Hoy más que nunca lo que genera la tecnología es fruto de cómo la usamos, independientemente de lo que permita. Hoy más que nunca es necesario generar nosotros mismos esos espacios de silencio, porque la norma es la charla. Hoy más que nunca es nuestra responsabilidad, antes de apretar “enviar”, pensar si es el contenido del mensaje lo que estamos transmitiendo o simplemente una actividad compulsiva de nuestras mentes.


Clarisa Lucciarini
Directora Ejecutiva en PIMOD
Twitter: @ClarisaLu

 

 

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